Así habló INRI CRISTO:
“Soy loco sí, porque adoro mi PADRE, el Supremo
Creador, único Ser increado, único eterno, único Ser digno de adoración y
veneración, omnipresente, omnisciente, omnipotente, único SEÑOR del Universo.
No adoro estatuas; no me inclino delante de ídolos como la mayoría de los
“normales”. No gusto de tomar bebidas artificiales, que el común de la gente
“normales” gustan. No aprecio comida industrializada, tampoco transgénicos, que
la mayoría gusta. No gusto de ingerir cadáver – ni de gallina, ni de vaca, aún
menos de cerdo – lo que la mayoría gusta. Finalmente, no aprecio nada
antinatural. Entonces todo eso me auspicia, me otorga el honroso estatus de
loco. A los ojos de los contrarios, ahí se evidencia mi locura. Comprendo mi
condición de loco y comprendo que, como soy diferente, vivo al margen del
trivial, los “normales”, los comunes, me vean como loco. Y las personas que
piensan como yo, los que me siguen, los que simpatizan conmigo aún la
distancia, obviamente también son juzgados de locos.
En la traba de mi locura, no consigo odiar nadie,
lo que es común en los “normales”. No consigo envidiar nadie, cosa que es
“normal” en los terrícolas; no consigo ambicionar el ajeno, porque mi PADRE me
instruyó que es saludable, fundamental observar el décimo mandamiento de la ley
divina (“No codiciarás la casa de tu prójimo; no desearás su mujer, ni su
siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su jumento, ni cosa alguna que le
pertenezca” – Éxodo c.20 v.17). No gusto de filas, cosa que la mayoría de los
“normales” gusta. Y sólo aún un loco como yo volvería después de haber sido
crucificado y se presentaría en público una vez más vestido sin disfraz.
Sólo un loco como yo puede decir abiertamente lo que piensa, lo que siente.
Sólo un loco como yo puede decir la verdad – la cual los “normales” abominan,
detestan – una vez que prefieren vivir en la senda de la hipocresía, de la
fantasía, de los engodos dogmáticos. De hecho, otra faceta de mi locura es
preferir la racionalidad a la fantasía. Mi locura me hace ver que la cosa más
ridícula en un ser humano es que alguien quiera aparentar ser lo que no es,
mientras la mayoría le gusta vivir en la ilusión de las apariencias, haya vista
que en el carnaval dejan desahogar todo ese brote de “normalidad”.
También detesto barullo, música en volumen alterado, lo que la mayoría gusta.
Prefiero música clásica, que sólo los locos como yo gustan. Aprecio, otrosí,
música popular que tenga un sentido en la letra, que me induce a razonar y
analizar el significado del mensaje, mientras los “normales”, alienados,
prefieren una música estridente, barullenta, que, al oír, llega a sacudir el
abdomen.
Ese mismo parámetro de locura, no soporto el olor del tabaco, cosa que
deleita a la mayoría de los comunes, los “normales”. Experimenté en la
juventud, pero no me adapté. Abomino las drogas, las cuales siquiera
experimenté, una vez que no se coadunan con mi permanente estado de éxtasis de
locura, a locura de amor incondicional a mi PADRE, SEÑOR y DIOS y a la
humanidad. Considero la droga un viaje irreversible, una vez que deteriora las
neuronas, y la mayoría últimamente está gustando de seguir por ese camino sin
vuelta. Mi locura también me lleva a querer que las personas sean bien
comportadas, bien educadas. Enseño las genitoras, las madres, a dar buena
educación a los hijos, lo que actualmente es un absurdo, una aberración. Hoy
día las madres están prohibidas de disciplinar los descendientes, y yo, como
loco, las enseño a educarlos adecuadamente, inclusive a usar la siempre actual
varita de la disciplina que está prevista en el Santo Libro (“La locura está
conectada al corazón del niño, pero la vara de la disciplina a ahuyentará” –
Proverbios c.22 v.15. “Aquel que ama su hijo, lo castiga con frecuencia, para
que se alegre con eso más tarde...” – Eclesiástico c.30 v.1). Los descendientes
de mis seguidores, contagiados por mi locura, son todos bien educados y no
gustan de aproximarse de presidios. Ellos buscan observar la ley, mientras en
el guión de ocio de incontables “normales” está el ítem ‘visitar los hijos en
la prisión’, los cuales no tuvieron ánimo de educar cuando estaban en casa. Las
prisiones están abarrotadas de personas “normales” – algunas oriundas de curso
universitario – en cuyas visitas íntimas, propiciadas por los “normales”
legisladores, pueden, contribuyendo con la explosión demográfica, reproducir
nuevos seres “normales”. Es una locura pensar cómo yo, pensar en asimilar las
leyes terrestres y, principalmente, la eterna ley de mi PADRE.
La locura, al
contrario de la demencia, no tiene clasificación en los parámetros de la
psiquiatría, neurología y psicología. La demencia es una deficiencia mental,
calificada en varias facciones, en varios fragmentos. La locura, no obstante,
es la madre de la osadía, de las innovaciones, de las revoluciones; es la madre
de los filósofos, de los poetas, de los artistas, de los inventores, de los que
trillan el camino de la búsqueda del saber. En el transcurrir de los siglos,
todos los inventores, visionarios, descubridores, sin excepción, fueron a
principio visados como locos por sus contemporáneos, a ejemplo de Anaximandro,
Galileo, Darwin, de entre otros, puesto que sus ideas revolucionaban, cuestionaban
los patrones de la época en que vivían.
En otros tiempos, decir que la Tierra
giraba en torno al Sol, que era posible volar en un aparato más pesado que el
aire, que las especies evolucionaban de formas más primitivas hasta formas más
complejas, que era posible comunicarse la largas distancias incluso
inalámbricas, culminando con la invención del telégrafo, del satélite, etc.,
finalmente, todas esas ideas oriundas de la inspiración divina ya fueron
consideradas locura a los ojos de los “normales”, porque los normales no
conocen DIOS, no comprenden como Él se manifiesta e inspira los seres humanos.
Sin embargo, después que el descubrimiento, el invento se hace notorio y útil,
no raro los acusadores quieren cubrir el inventor de laureles, galardón, títulos
de premio Nobel... en el afán de aliviar la conciencia.
Hay dos mil años, en un exaltado momento de locura,
yo dijo a los que me seguían: “Yo soy el pan de DIOS que he bajado del cielo, y
da la vida al mundo... Quién comer de este pan, vivirá eternamente; y el pan
que yo daré es mi carne para la salvación del mundo” (Juan c.6 v.33 y 52). Los
judíos murmuraban por yo decir esas cosas, y decían: “¿Posiblemente noes este
aquel Jesús hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? Como, pues,
dice él: ¿He bajado del cielo?” (Juan c.6 v.42). Al oír ese discurso, que a los
ojos de los “normales” caracterizaba un evidente estado de locura, mi genitora
en la época, María, se escandalizó a punto de reunirse con los hijos en el afán
de prenderme (“De aquí fue para la casa de Pedro, donde se juntó de nuevo tanta
gente, que ni aún podían tomar alimento. Cuando sus parientes oyeron eso,
fueron para lo detener, porque decían: Él está loco” – Marcos c.3 v.20 y 21 /
“Los parientes de Jesús: “Llegaron su madre y sus hermanos y, estando fuera, lo
mandaron llamar. Estaba sentada a la rueda de él mucha gente, y le dijeron: He
ahí que tu madre y tus hermanos están allá fuera y te buscan. Él,
respondiéndoles, dijo: ¿Quién es mi madre y quien son mis hermanos? Y, mirando
para los que estaban sentados a la rueda de sí, dijo: He ahí mi madre y mis
hermanos. Porque lo que hace la gana de DIOS, ese es mi hermano, mi
hermana y mi madre” – Marcos c.3 v.31 la 35). Ved, porque yo sabía de las
intenciones de ellos, me he protegido en los seguidores; no los invité, no los
dejé entrar en el recinto. Me dijo también que yo iría hacia el PADRE y cuando
volviese vendría sobre las nubes del cielo y todo ojo me vería. Ya en aquellos
tiempos mi PADRE me hube mostrado que sería así por ocasión de mi vuelta. No
fue por casualidad que justo el siglo en que renací mi PADRE inspiró los
científicos, los ingenieros, a fabricar las aeronaves, a través de las cuáles
andaré sobre las nubes el día de gloria del SEÑOR, y también a inventar esos
mágicos aparatos electrónicos, tanto el ordenador cuanto la televisión, a
través de los cuáles todo ojo me verá (Apocalipsis c.1 v.7). Por desahogar,
exponer esas locuras, por las cosas que yo veía y que el vulgo, el “normal”, no
podía ver, por la amenaza que mi presencia significaba al poder vigente, me
aprisionaron y por fin pleitearon y obtuvieron el veredicto de la crucifixión.
Me condujeron delante del interventor romano, Pilatos, que, percibiendo mi
condición, me indagó: “¡Te defienda! ¿No ves que puedo crucificarte o
liberarte?” (Juan c.19 v.10), a lo que le respondí en revigorado súbito
de locura: “Ningún poder tendrías sobre mí si no te fuera dado del alto” (Juan
c.19 v.11). En ese momento él lavó las manos, declarando al pueblo que asistía
al juicio: “No veo en ese hombre crimen algún” (Juan c.19 v.6). Aun así los
“normales” contemporáneos optaron por Barrabás y, instigados por los
sacerdotes, vociferaron en unísono: “¡Crucifica! ¡Crucifica!”, culminando con
mi ejecución en la cruz. Pero yo también ya había previsto que sería
crucificado, y que después yo volvería y sería de nuevo reprobado (“Pero
primero (antes de su día de gloria) es necesario que él sufra mucho y sea
rechazado por esta generación. Así como fue en los tiempos de Noé, así será
también cuando viniera el Hijo del Hombre – Lucas c.17 v.25 la 35”).
Por fin, soy loco sí. Mi locura es amar la
humanidad, es continuar, en la luz de mi PADRE, que es en mí, amando todas las
criaturas que se mueven sobre la tierra. Por eso los mediocres, mezquinos, que
odian, envidian y viven en el laberinto de la maledicencia, dicen que soy loco.
En verdad os digo: la locura y la sabiduría caminan tan paralelamente, cuya
línea divisoria es tan ínfima, tan tenue, que no raro se confunden a los ojos
del lego, porque en la hora del estrechamiento, del análisis pro-formación del
juicio, para el vulgo espevô, una cosa parece la otra”.
Quién divulgar este mensaje será agraciado con bendiciones del cielo.
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