"Pero El PADRE, que está en mi, ese es que hace las obras" (Juan c.14 v.10)
Desde el inicio de su peregrinación sobre la tierra, aún en el periodo de su adolescência, INRI CRISTO oía una o otra persona agradecerle por haber sido mitigado su sufrimiento. Sin embargo, esta actitud ocurría tan raramente que podría ser considerada coincidencia, pero, casualmente o no, a menudo alguien intuitivamente se acercaba de INRI y le solicitaba que pusiera su mano en alguna herida, o en alguna parte de su cuerpo que estuviera enferma.
Sin embargo, el constante cambio de ciudades y países y el hecho de que aún no se habia se purificado ni tampoco santificado en el ayuno le propiciaban solamente señales homeopáticos de su verdadero potencial y de la santidad vehemente y eminentemente ocultada en su envoltorio carnal. Hasta aquél momento, las curas hechas por sus manos o en consecuencia de sus poderosas palabras, a pesar de insofismablemente loables como la extinción de cánceres, úlceras, la completa recuperación de tuberculosis y otras infinidades de molestias, todas oriundas del pecado, no producían a los ojos humanos ningún efecto digno de reconocimiento y de identificación del Hijo de DIOS por no aportar ninguna connotacion cinematográfica.
Cuando, en plaza pública, INRI CRISTO se deparaba con los paralíticos, los contemplaba meditativo y, compadecido, intentaba recordarse como antes de ser crucificado los solia hacerlos andar, y sentía su corazón pulsar más fuerte, avisándole que había una barrera a transponer y una fuerza condensada en su interior a punto de estallar.